miércoles, 29 de mayo de 2013

Proeza al llegar a la cima del mundo

A seis décadas que Hillary y Tenzing hicieron historia. El 29 de mayo de 1953 los primeros montañistas alcanzaron la cumbre del Everest, el punto más alto de la Tierra, a ocho mil 850 metros; permanecieron dos horas y media

Arturo Xicoténcatl
28/05/2013 23:55
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El sherpa Tenzing Norgay y el escalador Edmund Hillary sonríen después de hacer cumbre en el Everest, con lo que formarán parte de la historia al ser los primeros en conquistarlo. Fotos: Archivo Excélsior
El sherpa Tenzing Norgay y el escalador Edmund Hillary sonríen después de hacer cumbre en el Everest, con lo que formarán parte de la historia al ser los primeros en conquistarlo. Fotos: Archivo Excélsior

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CIUDAD DE MÉXICO, 29 de mayo.- En 1733 el geógrafo francés D’Aville publica en París un mapa en el que aparece el vocablo tibetano Tschoumou-Lanckma. Decenas de años atrás misioneros jesuitas de Pekín recogieron la voz de los lejanos lamas tibetanos a través de otras voces. Chomolungma tiene el significado sagrado de “Diosa madre del mundo”.
Lo desconocido ejerce una curiosidad insaciable un atractivo hechizante en el espíritu del hombre. Quinientos años atrás Marco Polo, de 17 años de edad, viajó por los confines del Asia desafiando innumerables peligros por desiertos y selvas. Conoció otros hombres, lenguas, costumbres, animales. Su vista se extendió por el Gobi, Mongolia, China, Siberia, Java, Birmania. Vivió en Xanadú, el sitio de placer de Kublai Khan, emperador mongol y chino. Al regresar  a Venecia, 24 años después, como le sucedió a Odiseo al retornar a Ítaca, su familia no lo reconoció y en la ciudad muchos no le creyeron lo que dijo haber recorrido y visto.
A las 19:15 horas del 20 de mayo de 1927 una ola de júbilo, asombro y admiración se desprende de los 40 mil espectadores que acuden al Yankee Stadium de Nueva York a presenciar el combate entre Maloney y Sharkey. La noticia se esparce: “¡Charles Lindbergh vuela por Terranova en El Espíritu de San Luis!”. El alborozo se transforma en un conmovedor murmullo de oración.
Lindbergh, que ese mismo año será el primer piloto de la Compañía Mexicana de Aviación, viaja de Nueva York a París, cinco mil 800 kilómetros, en un avión de 220 caballos de fuerza que no tiene luces, ni calefacción, ni radio, ni piloto automático. Se trepó a la cabina sin haber dormido 24 horas. Cruzó el Atlántico en poco más de 33 horas. Unos 400 años atrás el genovés Cristóbal Colón, del puerto de Palos a la isla de San Salvador, hoy Watlings en las Bahamas, había necesitado 33 días.
Hacia lo más alto
Cuando parece que no hay más los hombres dirigen la vista hacia la cordillera del Himalaya. Sus montañas están rodeadas de misterios y leyendas. Nepal tiene cerradas sus fronteras y desde los límites de India varios topógrafos como George Everest y Andrew Wagh, con pesados teodolitos, que con enorme dificultad pueden cargar doce hombres, localizan una montaña más alta que el Kanchenjunga. El primero, a la lejanía de 240 kilómetros, con problemas de refracción de luz, temperatura, presión barométrica, calcula una altura de 29 mil dos pies, ocho mil 839.8 metros. En 1865 La Royal Geographic Society da el nombre de Everest (y él no lo acepta) al Chomolungma o Sagarmatha.
De la década de los 20 a los 50 se registran 11 expediciones hacia el Everest, actualmente de 8 mil 850 m, nueve de ellas patrocinadas por Inglaterra. El 8 de junio de 1924 desaparecen entre las nubes, cerca de la cumbre, Mallory, de 38 años, e Irvine, de 22. En ese mismo año Norton y Sommervell casi cumbrean. Se cree que el asalto victorioso al Everest ocurrirá en poco tiempo.
Pero, tanto la aproximación por la selva tropical, caminos resbaladizos con el barro, ramas infestadas de sanguijuelas, la posibilidad de enfermar de peste bubónica, arroyos que de pronto son torrentes, el cruce de ríos, cercanos a rápidos, estructuras frágiles para cruzar puentes, así como la arquitectura orográfica del Everest, tan majestuoso y de riesgo mortal retardan su conquista.
Hay sitios hermosos y pintorescos como Namche Bazar, centro religioso, el monasterio de Tiangboche, el río Imja Khola que se hunde en cascadas en un profundo abismo, el Ama Dablam que centellea como una aguja de cristal, bosques de enebros, hayas, pinos, abetos, rododendros de flores rosa o escarlata, el esmalte de las gencianas.
En aquella época la creencia en el Yeti —el Raskha que cita Valmiki— y del que Eric Shipton, en el reconocimiento que hizo en 1951 en busca de una ruta a la cima del Everest, tomó fotografías de una huella como testimonio de su existencia y la editó en su conocido libro. Shipton estuvo acompañado por el apicultor neocelándes Edmund Hillary; ambos salvaron la vida en una avalancha en el Cwm occidental. Estudiaron problemas fisiológicos a grandes alturas y ensayaron equipos de oxígeno. Para llegar al Cwm Occidental hay que cruzar la famosa Cascada de Hielo del Khumbu. Gigantescos bloques de hielo descienden a razón de dos metros por día; fulgen en tonos verdes, azules, rojizos. Son del tamaño de una casa oscilan, crujen y se desploman de repente por el clima, el viento y la acción gravitatoria.
Los grandes desafíos que presenta una montaña de más de ocho mil metros de altura son sus defensas naturales, precipicios, nieve floja, grietas, avalanchas, cornisas frágiles, glaciares colgantes; los cambios meteorológicos, la dificultad técnica, la ausencia de oxígeno, que influye en los procesos mentales, deteriora las fibras musculares, mina la voluntad y el cuerpo.
En la expedición inglesa de 1953, invitado por John Hunt, el neocelandés Hillary, de 34 años, se nutre del fracaso y de los inmensos esfuerzos de Mallory, Shipton, Smythe y otros; absorbe sus experiencias, las estudia. Comprende que el ataque a la cima no puede hacerse directo en un día. La montaña causa efectos mortíferos si no se está adaptado.
El 25 de mayo Hillary y el sherpa Tenzing Norgay parten del campamento IV en el Cwm Occidental, a 6 mil 400 m de altura. Es el séptimo intento de Tenzing, de 29 años. Al fondo tienen al Lothse, a la derecha la serranía del Nuptse, a la izquierda la inmensa mole del Everest. En la tarde del 26 llegan al Collado Sur, de siete mil 900 m, la cresta que une al Lothse con el Everest; esperaron un día para dejar pasar una tormenta. El 28 se alejan del Collado y empiezan la ascensión.
El 29 de mayo a las cuatro de la mañana beben grandes cantidades de jugo de limón con azúcar, consumen la última lata de sardinas. A las 6:30 horas salen de la tienda de campaña se colocan en la espalda el equipo con 14 kilos de oxígeno. Van unidos por una cuerda de 10 m. Se dirigen a la Cumbre Sur a ocho mil 500 m que alcanzan en un par de horas. El ascenso es peligroso. La nieve es blanda. Se hunde entre crujidos que alteran el equilibrio físico y emocional. Encuentran un par de botellas de oxígeno que dejaron sus compañeros Bourdillón y Evans. Hay cientos de litros y esto significa una reserva extraordinaria. Consumen tres litros por minuto.
A las 9:00 horas enfrentan una arista virgen. Es una pronunciada y escarpada pendiente de hielo y nieve de 150 m. Presenta cornisas retorcidas y masas colgantes. Hay un vacío de tres mil que da la vertiente del Kangshung. Van tallando peldaños, trepando, cramponeando. El piolet de Hillary se hunde: ¡las esperanzas son reales! La última parte es nieve firme, cristalina.
Encaran otro formidable resalte de 15 m de altura. Lo estudian. Ahí está el éxito o el fracaso. Ven una grieta. Hillary eleva una plegaria con la esperanza de que la cornisa no se desprenda de la roca. Asciende casi de espaldas. Los invade el entusiasmo. En la cornisa descansan, Tenzing “exhausto como pez al que acaban de sacar del mar después de una feroz lucha”. Pero aún les falta y el furor de la alegría se apaga. Aparece un lomo seguido de otro; la arista no parece terminar, siguen cortando peldaños. No saben si puedan soportar. No tienen idea de dónde se hallan.
De súbito la arista que asciende empieza a descender. Hillary ve el Collado Sur y el glaciar del Rongbuk. ¡Ya están en la cumbre! Fatigados y alegres se abrazan en el techo del mundo. Son las 11:30 horas del 29 de mayo de 1953. Es la última hazaña terráquea. “En la arista invertimos dos horas y media pero nos parecieron una vida eterna”, dijo Hillary.
La herencia de Hillary y Tenzing deja, como ninguna otra, el simbolismo de lucha, tenacidad, esfuerzo. ¡El Everest!, que apunta a lo alto, a las estrellas.

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